Entender a nuestros hijos
Hola a todas. Me presento, me llamo Maria y tengo una hija preciosa de 3 años.
Intento educarla como mejor puedo, asi que estoy siempre pendiente de aprender algo más.
Ayer una amiga me mandó este texto, y me parece impresionante para entender a nuestros hijos. Es largo, pero merece la pena.
Me ha parecido una bonita manera de entrar en este foro, así que aqui lo dejo, para que comentemos lo que os parezca.
Por cierto, ¿alguien conoce a este pediatra?
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por Dr. Carlos González
Cuando una esposa afirma que su marido es muy bueno, probablemente es un
hombre cariñoso, trabajador, paciente, amable... En cambio, si una madre
exclama "mi hijo es muy bueno", casi siempre quiere decir que se pasa el día
durmiendo, o mejor que "no hace más que comer y dormir" (a un marido que se
comportase así le llamaríamos holgazán). Los nuevos padres oirán docenas de
veces (y pronto repetirán) el chiste fácil: "¡Qué monos son... cuando
duermen!"
Y así los estantes de las librerías, las páginas de las revistas, las ondas
de la radio, se llenan de "problemas de la infancia": problemas de sueño,
problemas de alimentación, problemas de conducta, problemas en la escuela,
problemas con los hermanos... Se diría que cualquier cosa que haga un niño
cuando está despierto ha de ser un problema.
Nadie nos dice que nuestros hijos, incluso despiertos (sobre todo
despiertos), son gente maravillosa; y corremos el riesgo de olvidarlo. Aún
peor, con frecuencia llamamos "problemas", precisamente, a sus virtudes.
Tu hijo es generoso
Marta juega en la arena con su cubo verde, su pala roja y su caballito. Un
niño un poco más pequeño se acerca vacilante, se sienta a su lado y, sin
mediar palabra (no parece que sepa muchas) se apodera del caballito,
momentáneamente desatendido. A los pocos minutos, Marta decide que en
realidad el caballito es mucho más divertido que el cubo, y lo recupera de
forma expeditiva. Ni corto ni perezoso, el otro niño se pone a jugar con el
cubo y la pala. Marta le espía por el rabillo del ojo, y comienza a
preguntarse si su decisión habrá sido la correcta. ¡El cubo parece ahora tan
divertido!
Tal vez la mamá de Marta piense que su hija "no sabe compartir". Pero
recuerde que el caballito y el cubo son las más preciadas posesiones de
Marta, digamos como para usted el coche. Y unos minutos son para ella una
eternidad. Imagine ahora que baja usted de su coche, y un desconocido, sin
mediar palabra, sube y se lo lleva. ¿Cuántos segundos tardaría usted en
empezar a gritar y a llamar a la policía? Nuestros hijos, no le quepa duda,
son mucho más generosos con sus cosas que nosotros con las nuestras.
Tu hijo es desinteresado
Sergio acaba de mamar; no tiene frío, no tiene calor, no tiene sed, no le
duele nada... pero sigue llorando. Y ahora, ¿qué más quiere?
La quiere a usted. No la quiere por la comida, ni por el calor, ni por el
agua. La quiere por sí misma, como persona. ¿Preferiría acaso que su hijo la
llamase sólo cuando necesitase algo, y luego "si te he visto no me acuerdo"?
¿Preferiría que su hijo la llamase sólo por interés?
El amor de un niño hacia sus padres es gratuito, incondicional,
inquebrantable. No hace falta ganarlo, ni mantenerlo, ni merecerlo. No hay
amor más puro. El doctor Bowlby, un eminente psiquiatra que estudió los
problemas de los delincuentes juveniles y de los niños abandonados, observó
que incluso los niños maltratados siguen queriendo a sus padres.
Un amor tan grande a veces nos asusta. Tememos involucrarnos. Nadie duda en
acudir de inmediato cuando su hijo dice "hambre", "agua", "susto", "pupa";
pero a veces nos creemos en el derecho, incluso en la obligación, de hacer
oídos sordos cuando sólo dice "mamá". Así, muchos niños se ven obligados a
pedir cosas que no necesitan: infinitos vasos de agua, abrir la puerta,
cerrar la puerta, bajar la persiana, subir la persiana, encender la luz,
mirar debajo de la cama para comprobar que no hay ningún monstruo... Se ven
obligados porque, si se limitan a decir la pura verdad: "papá, mamá, venid,
os necesito", no vamos. ¿Quién le toma el pelo a quién?
Tu hijo es valiente
Está usted haciendo unas gestiones en el banco y entra un individuo con un
pasamontañas y una pistola. "¡Silencio! ¡Al suelo! ¡Las manos en la nuca!" Y
usted, sin rechistar, se tira al suelo y se pone las manos en la nuca. ¿Cree
que un niño de tres años lo haría? Ninguna amenaza, ninguna violencia,
pueden obligar a un niño a hacer lo que no quiere. Y mucho menos a dejar de
llorar cuando está llorando. Todo lo contrario, a cada nuevo grito, a cada
bofetón, el niño llorará más fuerte.
Miles de niños reciben cada año palizas y malos tratos en nuestro país.
"Lloraba y lloraba, no había manera de hacerlo callar" es una explicación
frecuente en estos casos. Es la consecuencia trágica e inesperada de un
comportamiento normal: los niños no huyen cuando sus padres se enfadan, sino
que se acercan más a ellos, les piden más brazos y más atención. Lo que hace
que algunos padres se enfaden más todavía. Si que huyen los niños, en
cambio, de un desconocido que les amenaza.
Los animales no se enfadan con sus hijos, ni les riñen. Todos los motivos
para gritarles: sacar malas notas, no recoger la habitación, ensuciar las
paredes, romper un cristal, decir mentiras... son exclusivos de nuestra
especie, de nuestra civilización. Hace sólo 10.000 años había muy pocas
posibilidades de reñir a los hijos. Por eso, en la naturaleza, los padres
sólo gritan a sus hijos para advertirles de que hay un peligro. Y por eso la
conducta instintiva e inmediata de los niños es correr hacia el padre o la
madre que gritan, buscar refugio en sus brazos, con tanta mayor intensidad
cuanto más enfadados están los progenitores.
Tu hijo sabe perdonar
Silvia ha tenido una rabieta impresionante. No se quería bañar. Luchaba, se
revolvía, era imposible sacarle el jersey por la cabeza (¿por qué harán esos
cuellos tan estrechos?). Finalmente, su madre la deja por imposible. Ya la
bañaremos mañana, que mi marido vuelve antes a casa; a ver si entre los
dos...
Tan pronto como desaparece la amenaza del baño, tras sorber los últimos
mocos y dar unos hipidos en brazos de mamá, Silvia está como nueva. Salta,
corre, ríe, parece incluso que se esfuerce por caer simpática. El cambio es
tan brusco que coge por sorpresa a su madre, que todavía estará enfadada
durante unas horas. "¿Será posible?" "Mírala, no le pasa nada, era todo
cuento".
No, no era cuento. Silvia estaba mucho más enfadada que su madre; pero
también sabe perdonar más rápidamente. Silvia no es rencorosa. Cuando Papá
llegue a casa, ¿cuál de las dos se chivará? ("Mamá se ha estado portando
mal..."). El perdón de los niños es amplio, profundo, inmediato, leal.
Tu hijo sabe ceder
Jordi duerme en la habitación que sus padres le han asignado, en la cama que
sus padres le han comprado, con el pijama y las sábanas que sus padres han
elegido. Se levanta cuando le llaman, se pone la ropa que le indican,
desayuna lo que le dan (o no desayuna), se pone el abrigo, se deja abrochar
y subir la capucha porque su madre tiene frío y se va al cole que sus padres
han escogido, para llegar a la hora fijada por la dirección del centro.
Una vez allí, escucha cuando le hablan, habla cuando le preguntan, sale al
patio cuando le indican, dibuja cuando se lo ordenan, canta cuando hay que
cantar. Cuando sea la hora (es decir, cuando la maestra le diga que ya es la
hora) vendrán a recogerle, para comer algo que otros han comprado y
cocinado, sentado en una silla que ya estaba allí antes de que él naciera.
Por el camino, al pasar ante el quiosco, pide un "Tontanchante", "la
tontería que se engancha y es un poco repugnante", y que todos los de su
clase tienen ya. "Vamos, Jordi, que tenemos prisa. ¿No ves que eso es una
birria?" "¡Yo quiero un Totanchante, yo quiero, yo quiero...!" Ya tenemos
crisis.
Mamá está confusa. Lo de menos son los 20 duros que cuesta la porquería
ésta. Pero ya ha dicho que no. ¿No será malo dar marcha atrás? ¿Puede
permitir que Jordi se salga con la suya? ¿No dicen todos los libros, todos
los expertos, que es necesario mantener la disciplina, que los niños han de
aprender a tolerar las frustraciones, que tenemos que ponerles límites para
que no se sientan perdidos e infelices? Claro, claro, que no se salga
siempre con la suya. Si le compra ese Tontachante, señora, su hijo comenzará
una carrera criminal que le llevará al reformatorio, a la droga y al
suicidio.
Seamos serios, por favor. Los niños viven en un mundo hecho por los adultos
a la medida de los adultos. Pasamos el día y parte de la noche tomando
decisiones por ellos, moldeando sus vidas, imponiéndoles nuestros criterios.
Y a casi todo obedecen sin rechistar, con una sonrisa en los labios, sin ni
siquiera plantearse si existen alternativas. Somos nosotros los que nos
"salimos con la nuestra" cien veces al día, son ellos los que ceden. Tan
acostumbrados estamos a su sumisión que nos sorprende, y a veces nos asusta,
el más mínimo gesto de independencia. Salirse de vez en cuando con la suya
no sólo no les va hacer ningún daño, sino que probablemente es una
experiencia imprescindible para su desarrollo.
Tu hijo es sincero
¡Cómo nos gustaría tener un hijo mentiroso! Que nunca dijera en público
"¿Por qué esa señora es calva?" o ¿Por qué ese señor es negro?" Que
contestase "Sí" cuando le preguntamos si quiere irse a la cama, en vez de
contestar "Sí" a nuestra retórica pregunta "¿Pero tú crees que se pueden
dejar todos los juguetes tirados de esta manera?"
Pero no lo tenemos. A los niños pequeños les gusta decir la verdad. Cuesta
años quitarles ese "feo vicio". Y, entre tanto, en este mundo de engaño y
disimulo, es fácil confundir su sinceridad con desafío o tozudez.
Tu hijo es buen hermano
Imagínese que su esposa llega un día a casa con un guapo mozo, más joven que
usted, y le dice: "Mira, Manolo, este es Luis, mi segundo marido. A partir
de ahora viviremos los tres juntos, y seremos muy felices. Espero que sabrás
compartir con él tu ordenador y tu máquina de afeitar. Como en la cama de
matrimonio no cabemos los tres, tú, que eres el mayor, tendrás ahora una
habitación para tí solito. Pero te seguiré queriendo igual". ¿No le parece
que estaría "un poquito" celoso? Pues un niño depende de sus padres mucho
más que un marido de su esposa, y por tanto la llegada de un competidor
representa una amenaza mucho más grande. Amenaza que, aunque a veces abrazan
tan fuerte a su hermanito que le dejan sin aire, hay que admitir que los
niños se toman con notable ecuanimidad.
Tu hijo no tiene prejuicios
Observe a su hijo en el parque. ¿Alguna vez se ha negado a jugar con otro
niño porque es negro, o chino, o gitano, o porque su ropa no es de marca o
tiene un cochecito viejo y gastado? ¿Alguna vez le oyó decir "vienen en
pateras y nos quitan los columpios a los españoles"? Tardaremos aún muchos
años en enseñarles esas y otras lindezas.
Tu hijo es comprensivo
Conozco a una familia con varios hijos. El mayor sufre un retraso mental
grave. No habla, no se mueve de su silla. Durante años, tuvo la desagradable
costumbre de agarrar del pelo a todo aquél, niño o adulto, que se pusiera a
su alcance, y estirar con fuerza. Era conmovedor ver a sus hermanitos, con
apenas dos o tres años, quedar atrapados por el pelo, y sin gritar siquiera,
con apenas un leve quejido, esperar pacientemente a que un adulto viniera a
liberarlos. Una paciencia que no mostraban, ciertamente, con otros niños.
Eran claramente capaces de entender que su hermano no era responsable de sus
actos.
Si se fija, observará estas y muchas otras cualidades en sus hijos.
Esfuércese en descubrirlas, anótelas si es preciso, coméntelas con otros
familiares, recuérdeselas a su hijo dentro de unos años ("De pequeño eras
tan madrugador, siempre te despertabas antes de las seis...") La educación
no consiste en corregir vicios, sino en desarrollar virtudes. En
potenciarlas con nuestro reconocimiento y con nuestro ejemplo.
La semilla del bien
Observando el comportamiento de niños de uno a tres años en una guardería,
unos psicólogos pudieron comprobar que, cuando uno lloraba, los otros
espontáneamente acudían a consolarle. Pero aquellos niños que habían sufrido
palizas y malos tratos hacían todo lo contrario: reñían y golpeaban al que
lloraba. A tan temprana edad, los niños maltratados se peleaban el doble que
los otros, y agredían a otros niños sin motivo ni provocación aparente, una
violencia gratuita que nunca se observaba en niños criados con cariño.
Oirá decir que la delincuencia juvenil o la violencia en las escuelas nacen
de la "falta de disciplina", que se hubieran evitado con "una bofetada a
tiempo". Eso son tonterías. El problema no es falta de disciplina, sino de
cariño y atención, y no hay ningún tiempo "adecuado" para una bofetada.
Ofrézcale a su hijo un abrazo a tiempo. Miles de ellos. Es lo que de verdad
necesita.
Autor: Dr. Carlos González, pediatra
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Cuánta razón tiene
Me ha encantado, gracias por compartirlo.