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Esta es la cruel y despiadada historia de las muertes de mis dos únicos y queridísimos hijos; José Antonio y Francisco Javier Pavón Vila. La historia de dos muchachos limpios de corazón y de mente. Buenísimos y cariñosos hijos, llenos de bondad, amabilidad y respeto hacia todo el mundo; y por ello queridos y apreciados por todos los que les conocían.
Mis hijos fueron muertos como consecuencia de la mayor tragedia sanitaria ocurrida a finales del siglo pasado; en los hospitales de la Sanidad Pública Española. El envenenamiento casi masivo del colectivo hemofílico de este país con los virus del Sida (VIH) y luego de la Hepatitits C (VHC). Contagio que hasta 1.995 (año en que falleció mi segundo hijo) ya se había cobrado más de 1.600 víctimas. Entre ellos, mis dos únicos hijos. Contagios, que deberían ser perseguidos internacionalmente, como crimen de Genocidio o Lesa Humanidad. Esta gran masacre se pudo haber evitado, o al menos gran parte de ella, si hubiese existido menos egoísmo personal, más conciencia profesional y sobretodo humana, entre quienes tenían la responsabilidad, potestad y deber de hacerlo. Políticos y Dirigentes de la Sanidad Pública. Multinacionales farmacéuticas, y sobretodo, los médicos hematólogos que trataban a los hemofílicos en sus consultas, y que eran quienes les mandaban poner los hemoderivados sanguíneos, sabiendo que estaban o podían estar contaminados. Y que - por las pruebas acumuladas - lo hacían cobardemente y en silencio, faltando al deber de información a sus pacientes o familiares, negándoles la posibilidad de poder escoger, si ponerse o no, dichos productos. Y además ocultando después los contagios.
Esta falta de ética profesional la defienden los médicos, alegando que antes de 1.985 no existía ninguna normativa, ni medios, para detectar el virus. Mentira.
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