Los úl!@#*!s 3 años he vivido recluído en cualquier espacio pequeño y transitorio al que pudiera al menos por un tiempo llamar mi habitación.
Todo se desbordó a mis 20 años, pero el frasco empezó a tejerse el momento en el que comenzó a andar mi memoria, tendría 5 años, quizá? Viví una vida vacía, encerrado en una burbuja rodeado de restos explotados. Mi inteligencia, mejor dicho mi herencia, o educación como la he escuhado ser nombrada, me movió pronto al rápido aprendizaje de palabras y gestos en un intento ingenuo de protegerme de lo que me rodeaba. Utilizábalos como se emplean fórmulas para resolver problemas matemáticos. Una fórmula para cada entorno, una fórmula para cada companía forzada o azarosa. Tras cumplir mi mayoría de edad me fue obsequiada la soledad, como una puerta que se abre y te invita a pasar. Fueron mis años más dichosos, aunque siempre ensombrecidos por un dolor más vasto.
Hace poco recibí una llamada desconfianda, aún escondido no pude sino dejar rastros. Me encontraron en mi guarida y ahora me piden que presente pruebas, un seguimiento de una vida que ya no poseo. La puerta empieza lentamente a cerrarse. Los brazos que me arrastran fuera no encierran comprensión. Qué va a ser de mí sin mi pequeña y dolorosa dicha? No quiero pensarlo, pero me veo arrojado a un terreno donde el silencio se ahoga. Tan poco le pedí a la vida, una espera muda en el tiempo que me separa del sueño eterno. Y aún así, ésta no me fue concedida, no por maldad, sino como quien no da limosna por no desabrocharse el abrigo. A quién culpar si hace frío?
En estos días que empiezan a dibujarse vertiginósamente, mi vida dará un vuelco absoluto, me exigen fuerza y dureza, pero yo solo cultivo mi flexible debilidad. No quiero endurecerme como el tronco de un árbol sin vida. Qué hacer? No tengo esperanzas ni ilusiones, ni las quiero. En este abandono todavía siento los nervios que me recubren. Me encuentro tan sólo entre ellos.