¿Qué hago?

Sé que a nadie le interesa, pero desgraciadamente no encuentro otra forma de sacarme todo del pecho. Sé que nadie sabe quién soy, ni cómo luzco, y lo único destacable de mí es lo que he hecho: escribir. Y, es que de eso va todo esto: no puedo evitar sentir que toda mi vida ha sido así. Siempre he sido una persona que no tiene porqué quejarse: por azares del destino nací en una familia bonita y trabajadora, aunque yo no sea ninguna de esas cosas. No sé si, a través de los años, alguien se haya dado cuenta de lo mucho que me he esforzado por serlo. A pesar de que sus maneras de demostrarme su cariño eran extrañas, supongo que sé que mis padres me quieren. Están biológicamente predispuestos a ello, y son demasiado buenos para no hacerlo. Han intentado ayudarme muchas veces, a no equivocarme nunca: tanto que, por culpa completamente mía, me he perdido a mí misma. Nunca he querido decepcionarlos; supongo que por eso siempre he sido tan obediente. Tengo un profundo terror a tomar decisiones. A veces, cuando no seguía las instrucciones, que, claro, estaban dirigidas a mi bienestar, se presentaba el error, y se enfadaban conmigo. O no se presentaba, pero se enfadaban conmigo. Sólo no quiero que nadie se enfade conmigo. No quiero que se enfade cuando me equivoco, y no quiero que piensen que no los quiero. Sin embargo, soy incapaz de explicar lo patético que es tener mi edad, y no saber qué quiero. No sé cuáles son mis expectativas, ni mis sueños. No me conozco; muchas veces tengo miedo de no existir como tal. Aunque suene absurdo, temo no tener ningún valor como persona, y depender siempre de algo que me guíe; temo no ser capaz de afrontar la vida por mí misma. Las cosas que haga o diga son un reflejo, muchas veces, no de mí, sino de órdenes. Tengo que hacer las cosas bien, las cosas que se me ordenen; sólo quiero que todo me salga bien, y entonces, así, tal vez, alguien me quiera. El problema es que no sé qué espera el resto de mí. Sé que no me conoces y que no les importo, pero estar frente al resto me hace sentir pequeña e insignificante. No soy capaz de levantar la voz, ni de interactuar con ellos. Mis padres se preocupan, y me enredo tratando de decir que sus buenas intenciones fueron desperdiciadas por mí. Todo me sale entre tartamudeos, aunque de todos modos nada de lo que yo diga o piense importe. Nada de mí importa, sino lo que haga. Para merecer algo, cualquier cosa, aunque todos los demás lo tengan, tengo que esforzarme el doble, sin que nadie lo note. Los amigos son una ilusión para mí; nunca parezco merecer cariño. Lo interno, y no lo logro, y por eso nadie me quiere. Nunca parezco lograr lo suficiente para conseguir un poquito de cariño, o de libertad. ¿Estaré encerrada por siempre en mi propia jaula, donde no soy capaz de gritar, donde todas las palabras se me atoran en el pecho? ¿Cómo podría quejarme, alguna vez, si me hacen el favor de hablarme, de soportarme? Si yo no tengo ningún valor, así tiene que ser. Y el futuro que me depara me asusta. Todo me asusta. Las personas me asustan y no sé cómo ser suficiente para el mundo. No sé cómo mirar a los ojos al resto, sin echarlo todo a perder, y lograr que genuinamente me quieran y que no solo me soporten por lástima. Me duele todo, y, aún así, quiero aferrarme a la esperanza de que tengo remedio, de que no todo va a ser dolor y desesperanza. No se porque, pero me ilusiono pensando que la vida puede ser bonita incluso para mí, aunque no haya trabajado no hecho lo suficiente para merecerlo. Pero parece que corro y corro, y nunca logro alcanzar el preciado objetivo de simplemente existir, como soy. Estoy cansada e, irónicamente, nadie me dice cómo debo superar esto. Pensé que me acostumbraría, pero el futuro parece agónico; voy a fallar y ser menos que nunca, y nadie va a quererme. Y aunque tal vez alguien, ahora, me quiera, me da la impresión de que estoy sola y llena de vacío. ¿Existo, acaso?