No hay que renunciar a la vida para estar muerto
Creo que la soledad y su consiguiente depresión, a pesar de ser mortificante hasta extremos casi sobrehumanos, no es completamente mala, es más, considero que es un camino necesario.
Me parece que existen dos clases de personas: conscientes e ingenuas.
Aquel que se entrega a la llamada vertiginosa del abismo, es capaz de profundizar en la hondanada de su mente y en cierto sentido puede empezar a tantear sus limites, a trazar sus bordes y aventurar teorías acerca de su estructura interna. Normalmente este camino solo lo siguen aquellas almas tristes y nobles, que se ven enfrentadas trágicamente al sufrimiento que producen la alienación, la incertidumbre, y el absurdo. Sufren por ansia de verdad, mientras no la consiguen, se castigan por verse obligados a existir dentro de una mentira, de la que no pueden escapar por no conocer nada mejor. La náusea de sentirse un farsante. El deseo de irse despojando de la propia vida, de vaciarse de pesadumbre, hasta suprimirse en la ligereza de la ausencia.
Ya Nietzsche trazó el camino del poeta, o en otras palabras, de aquel que no necesita renunciar a la vida para estar muerto. Entre las etapas que describe este autor se encuentran: el último hombre, el nivel más sórdido de desesperación solitaria que se puede llegar a experimentar y después, el hombre que quiere perecer, aquel que se desaferra, corta cada una de las ataduras que lo sujetan a la vida, y se entrega a la muerte, se suprime.
Una vez cortada la última sujeción, el hombre que quiere perecer, cae en un abismo de silencio absoluto. En él, se vuelve consciente de su nulidad, experimenta su cuerpo desnudo, un envase vacío de todo contenido biográfico. El silencio penetra, el nudo en el estómago se suprime, el vacío angustioso a la altura del antepecho deja fluir el tiempo a través de él. Se experimenta la inmersión absoluta en el tiempo presente, no más melancolía por el pasado ni angustia por el futuro incierto, nada más ser, ser presente. A este último punto Nietzsche lo llamó la transvaloración de valores, uno muere y renace un nuevo yo, libre de culpa, o como diría Pessoa, uno se pare a si mismo.
Entiendo lo que es desear fervorosamente el suicidio. Entiendo que quieras acometerlo, pero nada más te advierto que no has llevado tu resistencia hasta sus límites últimos.
La bocanada de aire, luego de toda una vida de ahogos, espera por quien pretenda únivocamente la nada y no todas las falsedades con las que los ingenuos se engañan día a día tras sus sonrisas putrefactas e ignominiosas.
Una sola bocanada para aquellos solitarios que estén a la altura de sus fuerzas, un único instante de sosiego y nunca más.
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