cumplire 30 años y estoy mal
Hola muchacha. Pues este año cumplo 30 y no se xq me lo estoy tomando tan mal. El año pasado recien termine de cursar la universidad, estuve td el año a full, acumulando stress y ansiedad, pero estaba tan metida con la facu, mi novio, las artes marciales, mi trabajo de los findes q no me daba cuenta. Llegó fin de año, y cuando pare ese ritmo, empece con ataques de pánico. El primero me dio en enero, fuí a emergencias xq pense q me estaba por morir je. Cuando me calmaron me dijeron q esos eran síntomas de un ataque de pánico. Empece a ir al psicólogo, tengo la ansiedad por las nubes, volvi a hacer artes marciales, pero no me siento bien. Me cuesta comer y no duermo. Por la alta ansiedad experimento desrealizacion, q me hace sentir q no soy real y q nada es real, tengo miedo a morir y miedo al paso del tiempo, creo q por eso estoy con tanto pavor a cumplir 30. Ya no se q hacer, no quiero vivir asi
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Un día del otoño úl!@#*! mi ayudante voló a Boston para asistir a una sesión de una de las clases médicas más extraordinarias del mundo. ¿Médicas? Bien, sí. Esta clase se celebra una vez a la semana en el Dispensario de Boston y los pacientes que asisten a ella son sometidos a exámenes regulares y completas antes de ser admitidos. Pero, en realidad, esta clase es una clínica psicológica. Aunque su denominación oficial es Clase de Psicología Aplicada —anteriormente era Clase de Regulación del Pensamiento, nombre propuesto por el primer miembro—, la verdadera finalidad de la institución es tratar a las personas enfermas de preocupación. Y muchos de estos pacientes son amas de casa emocionalmente perturbadas. ¿Cómo se inició esta clase para enfermos de preocupación? Bien, en 1930, el Dr. Joseph H. Pratt —quien, por cierto, había sido discípulo de Sir William Osler— observó que muchos de los pacientes externos que acudían al Dispensario de Boston no tenían aparentemente ninguna afección física y, sin embargo, presentaban prácticamente todos los síntomas que la carne hereda. Las manos de una mujer estaban tan agarrotadas por la "artritis" que ya no servían para el menor trabajo. Otra mujer ofrecía todos los espantosos síntomas de un "cáncer de estómago". Otras más tenían dolores de espalda, jaquecas, cansancio crónico o vagas molestias y afeccio- 272 273 nes. Sentían realmente todas estas cosas. Pero los exámenes médicos más completos revelaban que estas mujeres estaban perfectamente en sentido físico. Muchos médicos a la antigua hubieran dicho que todo era imaginación, "fantasía". Pero el Dr. Pratt comprendió que era inútil decir a las pacientes que "se fueran a casa y olvidaran todo aquello". Sabía que la mayoría de aquellas mujeres no querían estar enfermas; si les hubiera sido fácil olvidarse de sus afecciones, lo habrían hecho sin necesidad de nadie. Entonces ¿qué cabía hacer? Abrió esta clase en medio de las dudas de los médicos que lo rodeaban. ¡Y la clase ha obrado maravillas! En los dieciocho años transcurridos desde su inauguración son miles los pacientes que han sido "curados" asistiendo a ella. Algunos de los pacientes han acudido durante años, con la misma religiosidad con que se va a la iglesia. Mi ayudante habló con una mujer que apenas había faltado a una sesión en nueve años. Esta mujer dijo que la primera vez que fue a la clínica estaba completamente convencida de que tenía un riñón flotante y alguna afección al corazón. Estaba tan preocupada y tensa que perdía a veces la vista y tenía accesos de ceguera. Sin embargo, hoy se muestra confiada, animosa y en excelente salud. Parecía no tener más de cuarenta años y tenía dormido en sus brazos a uno de sus nietos. Habló así: "Solía preocuparme mucho por las cuestiones familiares. En ocasiones deseaba morirme. Pero aprendí en esta clínica lo inútil que es preocuparse. Aprendí a acabar con eso. Y puedo decir honradamente que ahora mi vida es serena". La Dra. Rose Hilferding, asesora médica de la clase, dijo que creía que el modo mejor de aliviar la preocupación era "hablar de nuestros problemas con alguien en quien tengamos confianza". Seguidamente manifestó: "Llamamos a esto catarsis. Cuando los pacientes llegan aquí, pueden exponer sus problemas con todo detalle, hasta que consiguen expulsarlos de sus espíritus. Rumiar las preocupaciones y guardarlas para sí, es algo que causa una gran tensión nerviosa. Tenemos que compartir nuestras preocupaciones. Tenemos que dar participación en nuestros problemas. Es preciso tener la sensación de que hay alguien en el mundo que desea escuchar capaz de comprender". Mi ayudante presenció el gran alivio que obtuvo una mujer exponiendo sus preocupaciones. Tenía preocupaciones domésticas y, cuando comenzó a hablar, parecía que iba a estallar. Después, gradualmente, a medida que hablaba, se fue calmando. Al final de la entrevista estaba sonriente. ¿Había sido resuelto su problema? No, no era tan fácil. Lo que causó el cambio fue hablar a alguien, obtener un consejo y un poco de simpatía humana. Lo que produjo el cambio es el tremendo valor curativo que existe en las palabras. El psicoanálisis está basado, en cierta medida, en el poder curativo de las palabras. Desde los días de Freud los psicoanalistas han sabido que un paciente puede encontrar alivio de sus ansiedades internas si se lo pone en condiciones de hablar, simplemente hablar. ¿Por qué es así? Tal vez porque, al hablar, obtenemos una mejor percepción de nuestros problemas, una mejor perspectiva. Nadie conoce la respuesta completa. Pero todos sabemos que "desembuchándolo", "sacándolo de nuestro pecho", se obtiene un alivio casi inmediato. Si es así, ¿por qué la próxima vez que tengamos un problema emocional no buscamos a alguien con quien hablar del asunto? No quiero decir, desde luego, que debemos convertirnos en una plaga acudiendo con lamentos y quejas al primero que tengamos a nuestro alcance. Decidamos qué persona merece nuestra confianza absoluta y pidámosle una entrevista. Puede ser un pariente, un médico, un abogado, un funcionario o un sa- 274 275 cerdote. Después digamos a esta persona: "Quiero su consejo. Tengo un problema y quisiera que usted lo escuchara mientras lo expongo en palabras. Quizá usted pueda aconsejarme. Quizá posea usted puntos de vista que yo no pueda alcanzar. Pero aunque no sea así, usted me ayudará mucho con sólo sentarse y escucharme". Exponer las cosas es, pues, una de las principales terapias utilizadas en la clase del Dispensario de Boston. Pero he aquí algunas otras ideas que recogí en la misma clase; son cosas que usted puede hacer en su hogar. 1. Lleve un cuaderno de notas o recortes con lecturas que "inspiren". En este cuaderno usted puede incluir todos los poe mas, oraciones breves o citas que le atraigan personalmente y le den ánimo. Después, cuando una tarde lluviosa le cause una de presión profunda, tal vez encuentre en el cuaderno la receta para disipar la tristeza. Son muchos los pacientes del dispensario que han llevado cuadernos así durante años. Dicen que ha sido acicate espiritual para ellos. 2. No se fije excesivamente en las deficiencias de otros. Una mujer de la clase que se estaba convirtiendo en una esposa ceñuda, regañona y de rostro demacrado, debió responder a la pregunta: "¿Qué haría usted si su marido muriese?" Quedó tan escandalizada ante la idea, que inmediatamente se sentó y comen zó a exponer las buenas cualidades de su marido. La lista fue muy larga. ¿Por qué no hace usted lo mismo la próxima vez que sienta que se ha casado con un feroz tirano? Tal vez acabe convencida, después de enumerar tantas virtudes, de que su marido es hombre de mérito. 3. Tome interés en los demás. Desarrolle un interés cordial y sano por las personas que comparten su vida. A una pacien te que se sentía tan "especial" que no tenía ningún amigo se le dijo que escribiera un relato acerca de la primera persona que encontrara. La buena señora comenzó, en el ómnibus, a pregun tarse a qué clase de ambientes pertenecerían las personas que veía. Trató de imaginarse cómo era la vida de todas aquellas personas. Lo cierto es que se vio en seguida hablando con toda clase de gentes y que ahora es una mujer feliz, activa y abierta, curada de todos sus "dolores". 4. Haga un plan para el trabajo de mañana antes de acostarse esta noche. La clase encontró que muchas personas están ago biadas y aturdidas por los innumerables quehaceres y cosas que han de realizar. Nunca consiguen poner término a sus tareas. Se ven acosadas por el reloj. Para curar esta sensación de prisa y preocupación se propuso que se trazara cada noche un plan para el día siguiente. ¿Qué sucedió? Más trabajo realizado, menos fa tiga, una sensación de orgullo y realización y tiempo sobrante para descansar y divertirse. 5. Finalmente, evite la tensión y la fatiga. ¡Descanse! ¡Descan se! Nada aumentará tanto sus años como la tensión y la fatiga. Nada causará estragos en la frescura de su tez y en su aspecto. Mi ayudante permaneció una hora en la Clase de Regulación del Pen samiento, en Boston, mientras el director, el profesor Paul E. Johnson, exponía muchos de los principios que hemos estudiado en el anterior capítulo sobre las normas del descanso. Al cabo de diez minutos de ejercicios de reposo, mi ayudante, del mismo modo que los demás, estaba casi dormida, muy derecha en su silla. ¿Por qué se insiste tanto en el descanso físico? Porque la clínica sabe, como los demás médicos, que, para librar a una per sona de sus preocupaciones, es preciso hacerle descansar.
copiado de el libro "como suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida" de Dale Carnegie
Un día del otoño úl!@#*! mi ayudante voló a Boston para asistir a una sesión de una de las clases médicas más extraordinarias del mundo. ¿Médicas? Bien, sí. Esta clase se celebra una vez a la semana en el Dispensario de Boston y los pacientes que asisten a ella son sometidos a exámenes regulares y completas antes de ser admitidos. Pero, en realidad, esta clase es una clínica psicológica. Aunque su denominación oficial es Clase de Psicología Aplicada —anteriormente era Clase de Regulación del Pensamiento, nombre propuesto por el primer miembro—, la verdadera finalidad de la institución es tratar a las personas enfermas de preocupación. Y muchos de estos pacientes son amas de casa emocionalmente perturbadas. ¿Cómo se inició esta clase para enfermos de preocupación? Bien, en 1930, el Dr. Joseph H. Pratt —quien, por cierto, había sido discípulo de Sir William Osler— observó que muchos de los pacientes externos que acudían al Dispensario de Boston no tenían aparentemente ninguna afección física y, sin embargo, presentaban prácticamente todos los síntomas que la carne hereda. Las manos de una mujer estaban tan agarrotadas por la "artritis" que ya no servían para el menor trabajo. Otra mujer ofrecía todos los espantosos síntomas de un "cáncer de estómago". Otras más tenían dolores de espalda, jaquecas, cansancio crónico o vagas molestias y afeccio- 272 273 nes. Sentían realmente todas estas cosas. Pero los exámenes médicos más completos revelaban que estas mujeres estaban perfectamente en sentido físico. Muchos médicos a la antigua hubieran dicho que todo era imaginación, "fantasía". Pero el Dr. Pratt comprendió que era inútil decir a las pacientes que "se fueran a casa y olvidaran todo aquello". Sabía que la mayoría de aquellas mujeres no querían estar enfermas; si les hubiera sido fácil olvidarse de sus afecciones, lo habrían hecho sin necesidad de nadie. Entonces ¿qué cabía hacer? Abrió esta clase en medio de las dudas de los médicos que lo rodeaban. ¡Y la clase ha obrado maravillas! En los dieciocho años transcurridos desde su inauguración son miles los pacientes que han sido "curados" asistiendo a ella. Algunos de los pacientes han acudido durante años, con la misma religiosidad con que se va a la iglesia. Mi ayudante habló con una mujer que apenas había faltado a una sesión en nueve años. Esta mujer dijo que la primera vez que fue a la clínica estaba completamente convencida de que tenía un riñón flotante y alguna afección al corazón. Estaba tan preocupada y tensa que perdía a veces la vista y tenía accesos de ceguera. Sin embargo, hoy se muestra confiada, animosa y en excelente salud. Parecía no tener más de cuarenta años y tenía dormido en sus brazos a uno de sus nietos. Habló así: "Solía preocuparme mucho por las cuestiones familiares. En ocasiones deseaba morirme. Pero aprendí en esta clínica lo inútil que es preocuparse. Aprendí a acabar con eso. Y puedo decir honradamente que ahora mi vida es serena". La Dra. Rose Hilferding, asesora médica de la clase, dijo que creía que el modo mejor de aliviar la preocupación era "hablar de nuestros problemas con alguien en quien tengamos confianza". Seguidamente manifestó: "Llamamos a esto catarsis. Cuando los pacientes llegan aquí, pueden exponer sus problemas con todo detalle, hasta que consiguen expulsarlos de sus espíritus. Rumiar las preocupaciones y guardarlas para sí, es algo que causa una gran tensión nerviosa. Tenemos que compartir nuestras preocupaciones. Tenemos que dar participación en nuestros problemas. Es preciso tener la sensación de que hay alguien en el mundo que desea escuchar capaz de comprender". Mi ayudante presenció el gran alivio que obtuvo una mujer exponiendo sus preocupaciones. Tenía preocupaciones domésticas y, cuando comenzó a hablar, parecía que iba a estallar. Después, gradualmente, a medida que hablaba, se fue calmando. Al final de la entrevista estaba sonriente. ¿Había sido resuelto su problema? No, no era tan fácil. Lo que causó el cambio fue hablar a alguien, obtener un consejo y un poco de simpatía humana. Lo que produjo el cambio es el tremendo valor curativo que existe en las palabras. El psicoanálisis está basado, en cierta medida, en el poder curativo de las palabras. Desde los días de Freud los psicoanalistas han sabido que un paciente puede encontrar alivio de sus ansiedades internas si se lo pone en condiciones de hablar, simplemente hablar. ¿Por qué es así? Tal vez porque, al hablar, obtenemos una mejor percepción de nuestros problemas, una mejor perspectiva. Nadie conoce la respuesta completa. Pero todos sabemos que "desembuchándolo", "sacándolo de nuestro pecho", se obtiene un alivio casi inmediato. Si es así, ¿por qué la próxima vez que tengamos un problema emocional no buscamos a alguien con quien hablar del asunto? No quiero decir, desde luego, que debemos convertirnos en una plaga acudiendo con lamentos y quejas al primero que tengamos a nuestro alcance. Decidamos qué persona merece nuestra confianza absoluta y pidámosle una entrevista. Puede ser un pariente, un médico, un abogado, un funcionario o un sa- 274 275 cerdote. Después digamos a esta persona: "Quiero su consejo. Tengo un problema y quisiera que usted lo escuchara mientras lo expongo en palabras. Quizá usted pueda aconsejarme. Quizá posea usted puntos de vista que yo no pueda alcanzar. Pero aunque no sea así, usted me ayudará mucho con sólo sentarse y escucharme". Exponer las cosas es, pues, una de las principales terapias utilizadas en la clase del Dispensario de Boston. Pero he aquí algunas otras ideas que recogí en la misma clase; son cosas que usted puede hacer en su hogar. 1. Lleve un cuaderno de notas o recortes con lecturas que "inspiren". En este cuaderno usted puede incluir todos los poe mas, oraciones breves o citas que le atraigan personalmente y le den ánimo. Después, cuando una tarde lluviosa le cause una de presión profunda, tal vez encuentre en el cuaderno la receta para disipar la tristeza. Son muchos los pacientes del dispensario que han llevado cuadernos así durante años. Dicen que ha sido acicate espiritual para ellos. 2. No se fije excesivamente en las deficiencias de otros. Una mujer de la clase que se estaba convirtiendo en una esposa ceñuda, regañona y de rostro demacrado, debió responder a la pregunta: "¿Qué haría usted si su marido muriese?" Quedó tan escandalizada ante la idea, que inmediatamente se sentó y comen zó a exponer las buenas cualidades de su marido. La lista fue muy larga. ¿Por qué no hace usted lo mismo la próxima vez que sienta que se ha casado con un feroz tirano? Tal vez acabe convencida, después de enumerar tantas virtudes, de que su marido es hombre de mérito. 3. Tome interés en los demás. Desarrolle un interés cordial y sano por las personas que comparten su vida. A una pacien te que se sentía tan "especial" que no tenía ningún amigo se le dijo que escribiera un relato acerca de la primera persona que encontrara. La buena señora comenzó, en el ómnibus, a pregun tarse a qué clase de ambientes pertenecerían las personas que veía. Trató de imaginarse cómo era la vida de todas aquellas personas. Lo cierto es que se vio en seguida hablando con toda clase de gentes y que ahora es una mujer feliz, activa y abierta, curada de todos sus "dolores". 4. Haga un plan para el trabajo de mañana antes de acostarse esta noche. La clase encontró que muchas personas están ago biadas y aturdidas por los innumerables quehaceres y cosas que han de realizar. Nunca consiguen poner término a sus tareas. Se ven acosadas por el reloj. Para curar esta sensación de prisa y preocupación se propuso que se trazara cada noche un plan para el día siguiente. ¿Qué sucedió? Más trabajo realizado, menos fa tiga, una sensación de orgullo y realización y tiempo sobrante para descansar y divertirse. 5. Finalmente, evite la tensión y la fatiga. ¡Descanse! ¡Descan se! Nada aumentará tanto sus años como la tensión y la fatiga. Nada causará estragos en la frescura de su tez y en su aspecto. Mi ayudante permaneció una hora en la Clase de Regulación del Pen samiento, en Boston, mientras el director, el profesor Paul E. Johnson, exponía muchos de los principios que hemos estudiado en el anterior capítulo sobre las normas del descanso. Al cabo de diez minutos de ejercicios de reposo, mi ayudante, del mismo modo que los demás, estaba casi dormida, muy derecha en su silla. ¿Por qué se insiste tanto en el descanso físico? Porque la clínica sabe, como los demás médicos, que, para librar a una per sona de sus preocupaciones, es preciso hacerle descansar.
copiado de el libro "como suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida" de Dale Carnegie