El joven Joo tenia malaria, se había enfermado buscando oro en el interior de selva. De rato en rato la fiebre le hacía hablar acerca de una bella hechicera, que lo llevaba a un gran tesoro. Su madre lo escuchaba angustiada mientras le colocaba paños fríos en la frente. El sudor le chorreaba por todo el cuerpo y estaba caliente, pero Joo sonreía. Sonreía feliz con una sonrisa hermosa, su moreno rostro estaba radiante, con una candidez única y sus verdes ojos brillaban de felicidad.
A eso de las tres de la tarde llegaron hasta la humilde choza dos enfermeros para llevarlo al hospital del pueblo. En el trayecto la desesperada madre rezaba fervorosamente a su santito, si era preciso le prendería mil velas, pero no podía llevarse a su único hijo, al que tanto quería, por el que había trabajado toda su vida, le aterraba la idea de perderlo. ¿Por qué el destino le habría hecho engendrar un hijo tan ambicioso? Lo único que ella quería era tenerlo a su lado. No quería oro ni riquezas.
Pasaron algunos días en el caluroso pueblito brasileño, el muchacho se restablecía mientras la madre no se apartaba de su lado. Ese día él la miraba mas cariñosamente que de costumbre.
-Madre
Ella sonrío.
-No hables hijito, descansa, duerme para que te pongas bien
- Si madre, me voy a poner bien, tengo que ir hasta So Gabriel da Cachoeira a buscar mi tesoro.
La madre no respondió nada, pero temió que la fiebre estuviera volviendo. El médico la tranquilizó diciéndole que no se alarmara, que era normal que aun tuviera algunas alucinaciones. Pero el mismo día que le dieron el hijo se fue en un gran barco que surcaba todo el amazonas.
En sus sueños, Joo se vio él mismo junto a otros garimpeiros y aventureros buscando oro a orillas del río Negro. Movía la vasija intentando ver algún destello del codiciado metal pero nada, no encontraba nada. Todos se retiraron menos él, cuando de repente del río emergió la bella hechicera semidesnuda, sus largos cabellos cubrían sus redondos senos , estaba cubierta solo por un trapo verde que envolvía sus caderas, sus largas y torneadas piernas brillaban y sus grandes ojos lo miraban fijamente, pero esta vez ya no le indicaba ningún tesoro, esta vez lo besaba suavemente, él no podía articular palabra y ella desaparecía en las aguas del río.
Al llegar a So Gabriel da Cachoeira, antes de buscar un lugar para dormir, corrió por las orillas del río, el paisaje era exactamente igual que en sus sueños, entonces se sentó a esperar pacientemente, así paso un día y otro más, pero nunca aparecía la bella mujer de sus sueños. Desalentado y muerto de hambre se dirigió a la única posada del pueblo. Mientras comía preguntó a la muchacha que atendía el lugar porque no había garimpeiros en el río. Ella sonriendo respondió que seguramente porque no había oro y nunca lo hubo por esos lugares.
Esa noche Joo no tuvo ningún sueño, pero antes del alba despertó con un presentimiento y corrió al río, buscando alguna señal. Al no ver nada se recostó en un árbol, cuando de pronto la vio ¡Era la mujer de sus sueños! Estaba bañándose desnuda en el río y lo miraba fijamente, al aproximarse notó algo increíble ¡era la misma muchacha de la posada! ella se acercó y lo besó suavemente en los labios mientras él se estremecía por dentro. Había encontrado su tesoro.
FIN
NOTA: En muchos pueblos y ciudades pequeñas de Brasil, la gente es excesivamente religiosa, así que es normal que se ore a muchos santos o se invoque muy seguido a Dios.