Recuerdo que Weininger decía, hablando de los judíos, que en ningún otro pueblo se dan tantos matrimonios de conveniencia, sin amor, y ofrecía eso como prueba de que "carecen de alma". Hay que especificar que para Weininger "alma" es individualidad en sentido fuerte. Pues bien, insistiré en esta tesis centrándola en el ámbito de las mujeres.
I.
Afirmo que las mujeres nunca aman a un hombre: aman un paradigma. Un hombre siempre ama a la mujer completamente individualizada, mientras que éstas sólo buscan "príncipes azules". ¿Acaso habéis escuchado a alguien que busque a su "princesa rosa"? Un hombre puede tener una idea preconcebida, ya que es inevitable, pero cualquiera de ellos se enamorará del ser irrepetible y no de la categoría abstracta. La mujer, por el contrario, se limita a representar a su complemento como modelo, es decir, como engendrador potencial o actual de sus hijos.
Y aún más: Para el hombre el ser amado es una gran incógnita hasta que se presenta ("La reconoceré cuando la tenga delante", suele decirse). Sin embargo, una mujer podría dibujar al hombre que desea, y de ahí su predilección en la infancia por las muñecas (paradigmas simples) y por los personajes novelescos en la adolescencia y la edad adulta (paradigmas complejos).
Subrayo que hablamos de amor y no de simple lujuria. La obsesión por el sexo, ciertamente, también se da en los hombres, pero más durante los ardores de la juventud que en etapas posteriores. Raramente permanece en los viejos. Sí, en cambio, en las viejas, que siguen ejerciendo de celestinas -observa Weininger.
II.
El movimiento feminista ha visto como una "imposición falocéntrica" las trabas que se han opuesto a la promiscuidad inercial de su sexo. Pero, ¿no será que sin esos obstáculos externos, sin esas convenciones petrificadas, la mujer es incapaz de desarrollar una moral propia?
Digo, pues, que la mujer ama al paradigma, que se enamora de algo que aprende, de un constructo cultural, que es la forma que la sociedad tiene de canalizar la líbido femenina, por lo demás desbocada. Así como la castidad masculina es un requisito para el amor y algo que el hombre se exige a sí mismo, la mujer lo aprende como ardid para seducir al "príncipe", de modo parecido a los camaleones, que se adaptan a su entorno en vistas a no ser descubiertos.
Un hombre opone su amada al resto de mujeres; una mujer opone su amado al resto de paradigmas. Dice, por ejemplo: "este hombre es feo, es derrochador, es violento, etc.". Jamás se acepta al hombre porque es el que es, sino porque es como es. Una mujer, entonces, sólo es fiel al paradigma, a lo adquirido, y tal virtud no es en ella nada connatural. Recalco que ser fiel, ser íntegro y ser veraz es lo mismo, puesto que el que traiciona miente, y el que miente se desdobla. De lo que se sigue que la mujer es naturalmente mendaz, como ya estableció Weininger.
Nuevos argumentos en favor de esta postura innatista es la gran capacidad seductora de las niñas, inexistente en los niños. Su habilidad precoz para imitar modelos de amante y amado es asombrosa, y al presentarse en edades tan tempranas, no podemos atribuirla a una malicia consciente. Se adhieren al paradigma fingiendo querer al hombre objeto de su atención; se sienten estimuladas sólo por el rol específico, no por el que lo interpreta. Nada tiene de extraño que la sexualidad femenina sea mucho más proclive a la homosexualidad que la masculina, al amarse no al sujeto propiamente dicho, sino a la función que éste lleva a cabo.
Señalar, por último, el hecho de que haya, por abrumadora mayoría, más mujeres guapas que salen o se casan con hombres feos que hombres guapos que, a su vez, sigan tal preferencia. Alguien podría contestar alegando la objeción de que eso es, precisamente, porque el paradigma de la belleza está mucho más presente en el hombre, mientras que la mujer penetra en las características únicas del individuo. Pero ello es falso y no hace más que confirmar la teoría que expongo, dado que la belleza es un factor individualizador de primer orden: Toda belleza es única, toda fealdad es común.
Saludos.
Daniel.
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